Lo más
difícil es empezar. Y terminar. Dicen que lo que va en medio, las líneas que
componen el cuerpo del texto, es lo más sencillo, lo más fácil de llevar, lo
que más se disfruta. No sé, eso dicen.
Los
comienzos. Los finales. Tú y yo siempre olvidamos que el texto también tiene
cuerpo, que las historias también tienen un “durante”. Fuimos unos olvidadizos,
unos pobres irresponsables. No comprendimos que los grandes poderes conllevan
grandes responsabilidades. Que los grandes amores merecen un maldito
desarrollo.
Lo peor que
nos pasó fue que nos hicimos adictos a esos pequeños momentos de felicidad que
nos brindaban los inicios. Todos nuestros inicios. Nos enganchamos a andar
juntos cogidos de la mano, a abrazarnos hasta traspasarnos el alma, a besarnos
hasta rompernos los huesos. Nos enganchamos a no saber, aún sabiendo. A hacernos
los tontos mirando para otro lado, haciéndole creer al cosmos que podríamos
juntos y no separados. Pero al cosmos no se le engaña, y tú lo sabes. Y yo lo
sé. Pero tú más. Tú lo supiste mucho mejor que yo. Llevaste mis riendas sin
quererlas ni coger, te colgaste mi corazón a la espalda y recorriste la ciudad
impregnándome las calles de recuerdos.
Y ahora qué.
Dime qué puedo hacer. Porque a día de hoy, a veces, aunque ya no deba hacerlo,
sigo repasando los momentos que viví a tu lado. No fueron demasiados. Ni muchos
ni pocos. Sólo fueron los justos y necesarios para hacerte imborrable. A veces
sigo pensando en los principios, en todos nuestros principios y en la falta de
ellos. Nos sobraron y nos faltaron a partes iguales. Nos sobraron, como nos sobraron
los anocheceres. Nos faltaron, como nos faltaron los amaneceres.
Nunca fuimos
de esos que hacen las cosas como se han de hacer. Nunca fuimos juntos a
Mercadona. Nunca fuimos juntos a lavar el coche. Nunca estuvimos juntos en
ninguna boda. Nunca nos dijimos “para siempre”, pero tampoco “para nunca”. Yo
siempre fui tu puerta abierta. Tu vida y tus arrugas de expresión. Tú fuiste mi
último primer amor. Mi cara más bonita sin pintar. Mi precipicio emocional.
Pero no recordemos nuestras carencias. No hagas que piense de nuevo en las
vidas que podría haber vivido mientras esperaba a que la tuya arrancara. No me
mires como sé que harías si estuvieras delante ahora. Y no, tampoco me toques
la mejilla como si fuera de cristal. Te aseguro que si no me he roto ya, ahora
ya no es el momento.
Te lo dije
hace tiempo. Me copié de quien lo dijo, ya sabes, que “puedo vivir sin ti, pero
no quiero”. Te lo dije mil veces. Y tú lo escuchaste asintiendo. Lo escuchaste
sabiendo que el café se enfriaba, que tu corazón se cerraba. De nuevo. Otro
final.
Hasta el
nuevo comienzo.
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